«La crueldad no es solamente el ejercicio malvado sobre el otro, es también la indiferencia ante el sufrimiento del otro.»
Silvia Bleichmar

 —¡Llegué! Traje todos los papeles, la orden del neurólogo… la orden del pediatra. El último recibo de sueldo. Mi DNI, el de Lauti, el de Carlos, el de Irina. El Certificado de Discapacidad. Una botellita de agua, dos turrones, carga en el celu por si pasa algo en casa… a ver, ¿qué más hay en esta cartera? Papel higiénico… acá tengo el repuesto para la silla de ruedas y los papeles para la farmacia… tengo que conseguir el tegretol y el logical que me quedan para quince días.

María repasaba en voz alta el contenido de su bolso-cartera mientras se apoyaba en la pared gris. Ensimismada, olvidó las manchas en la pared, el olor a encierro y la atmósfera de enojo de las otras personas.

—¿Hablando sola? —le preguntó Berta , cuando se vio reflejada en aquella joven mujer que portaba un alma vieja. Encorvada, alienada, revolvía como una olla el interior de su cartera. Parecía una bella mujer, pero opacada por una vida dura.

—¡Sí, sí! —contestó, sin levantar la mirada.

Pasaron unos segundos, tal vez minutos u horas, cada tanto María levantaba la mirada esperando ver su número en una pantalla.

—Siempre te va a faltar algo, querida. Esto es el purgatorio. Mirá esa gente… están en una agonía eterna. Tienen un hijo con discapacidad y acá reciben su castigo. Siempre falta algo… una orden, una fotocopia, una firma… “está mal hecho el membrete” —Berta se calló abruptamente, cuando surgió un griterío en la fila dos. Allí alguien blasfemaba y escupía sobre el vidrio que separaba al empleado de la gente.

María atónita la miró, como corroborando si esas palabras diabólicas estaban dentro de ella o si provenían de esa señora que le había hablado. Sintió la corrida del empleado de seguridad que atinó a sostener a la mujer que se desvanecía en la fila.

—Son mías esas palabras. Hace años que vengo a este lugar por los tratamientos de mis tres hijos con discapacidad —aclaró Berta, como leyendo la mente de María —. Ellos comenzaron con convulsiones al año. La verdad, que los primeros años la pasamos muy… muy mal. Pero el verdadero dolor está acá —mientras Berta hablaba, su mirada reposaba en los rostros de los empleados, en el cabello desalineado de las madres, en los puños cerrados de los pocos padres que estaban ahí. Sin embargo, ella disfrutaba cuando se encontraba con aquellas parejas que traían su mate, que intentaban conversar con las familias en llamas. Sonrió y continuó hablando —. Soy Berta Ferraz. Sabés que te vi, me resultaste conocida. Te crucé, en el neurólogo, en lo del Dr. Dino.

—No, nosotros vamos al Dr. Claudio, ese debe ser otro.

—Es que a Claudio, con las chicas del grupo, le decimos Dr. Dino… Dinosaurio. Porque es un poco distante… viste cómo te saluda. A nosotros nos ayuda mucho con las órdenes, pero te atiende en diez minutos y siempre tenés que hacer un estudio nuevo.

María se desconectó de su ostracismo cuando asoció al médico con un dinosaurio de cuello largo. Sonrió y se dio cuenta de que aquella mujer estaba en lo cierto.

—Soy María Laura Peña. ¿Esto es siempre así? Hoy llegue a las cuatro y ya había gente esperando. ¿Vos hace mucho que estás?

—Un gusto, María. ¿Ves la rubia que está desmayada? Esa es Karina, ella tiene una nena con Willians, un síndrome raro. Las dos vamos a un grupo de padres que hace la Fundación “La Casita del Árbol”. Estamos en el taller de teatro. Nos vamos turnando entre varias mamás y papás, y sacamos los turnos o nos acompañamos para cuidar a nuestros hijos cuando venimos al purgatorio —Berta disfrutaba de ser irónica.

María escuchaba sin entender. Palabras sueltas… madres, padres, grupos, teatro, Willians. ¿Quién era esta loca?

—¿Ves aquella morocha alta? Esa es la coordinadora de acá. Es un ser despreciable. Es la que dice no a todo. Primero se hace la buenita y sonríe… y después… ¡Zaz! Te rebota todo con la auditoría. Es abogada. No te olvides del apellido, Corrida.

—Perdón, es mi turno. Un gusto. Dijo María, sin mirar a Berta, y salió abriendo (por décima vez) el cierre de su cartera.

Berta marcó el 911 con frialdad. Pidió una ambulancia para Karina que día a día, en el taller, perfeccionaba sus dotes actorales. En la fila, María respiró al alejarse de aquella mujer. Ahora le tocaba a ella y no quería olvidarse de nada. Repasó cada palabra, volvió a ver los papeles y documentos: la silla nueva, porque Lauti creció mucho, el andador, la autorización para el tegretol y el logical, el acompañante terapéutico domiciliario… creo que es todo, se dijo, y se relajó.

Karina era asistida mientras la llevaban a una oficina interna. Las miradas se cruzaron y Karina le guiñó uno de sus ojos. María atónita pensó si no se había equivocado y estaba en un set de filmación o en un manicomio. Mientras esperaba su turno escuchaba las charlas de los empleados con la gente de las demás filas. Tenían buen trato, pero insistían con lo que faltaba. Parecía que las cosas eran más complejas de lo que ella había imaginado. Caras largas, pasos apurados, golpes en el mostrador, ojos rojos se sucedían a sus costados.

—Esta orden está incompleta. Necesita poner pedido para 20 horas semanales de acompañamiento, que es lo que solamente aprueba la auditoría. Avísele al acompañante que en general se paga cada tres o seis meses y que la facturación la recibimos hasta el día 5. El tegretol está en falta, venga la semana próxima. La silla es una por año, pero está en falta y necesita la orden del traumatólogo. Pase el que sigue… —espetó el empleado, sin mirar a los ojos a María.

Sin responder, María salió de la fila y recordó cuando nació Lauti. La hipoxia, le dijeron, que no se desarrollaría como un bebé normal, que no iba a caminar. El no… siempre el no. ¿Qué hicimos para merecer esto?

En la puerta Karina y Berta la esperaban.

—Vení, nena, vamos a tomar un café, dijo Berta. Te quiero presentar a un grupo de familias que te van ayudar.

Las tres caminaron del brazo. Berta con más experiencia sabía el largo recorrido que tenía que transitar María. Karina, en la turbulencia de la juventud y con la fuerza de su primera hija pensó que con María podría comenzar con un grupo nuevo de padres. María solamente dio un paso después de otro.

Diego Ariel Benevento
Colaborador

Berta

Es la protagonista del cuento “La gallina degollada” de H. Quiroga y que en el libro Familias en Tramas de Diego Benevento aparece como promotora del DITAF.